El Kuelgue: En Broma, Pero En Serio

Candombe, bossa, reggae, españoles, portugueses, una movilera que se queja porque la atacan jubilados, temas tarareados con todo tipo de sílabas extrañas, frases como «el pepino de la suerte», sonidos de la naturaleza salpicados de inesperados «¡chajá!» y reminiscencias del video juego Wonderboy son algunos ingredientes que se encuentran en un recital de El kuelgue.

La base de esta banda es la mezcla de música y actuación y su clave es el humor, cosa que a los integrantes no les cuesta mucho. Con Alfredo Casero, Leo Masliah y Les Luthiers como norte, estos chicos alternan ritmos y en el medio se divierten. La improvisación es su bandera, un elemento infaltable, inclusive en los shows en vivo.

Hace cinco años que El kuelgue decidió tomar su proyecto en serio. Después de largas zapadas, «cuelgues» musicales (de ahí el nombre), grabados en cassettes (setenta), llegó la hora de limar asperezas. Tras la aprobación de los amigos el rumor se corrió y el núcleo se expandió. «La banda funciona muy bien en oficinas, donde la gente está haciendo otra cosa, porque las letras te hacen reír», comentan.

Las ofertas para tocar en vivo no tardaron: el Centro Cultural La Almohada, El Condado, La Castorera y este jueves 1º, Niceto. Allí darán un show de dos horas que contará con la presencia de Edu Schmidt, ex Arbol, en el violín, y de Chuqui de Ipola, tecladista de Los Piojos, entre otros invitados.

Con Julián Kartun, hijo del dramaturgo Mauricio Kartun, en la voz, la banda derrocha simpatía. Lo acompañan Santiago Martínez en teclados, melódica y segunda voz; Nicolás Morone, el más tranquilo de todos, en las guitarras española y eléctrica; Juan Martín Mojoli en el bajo; Ignacio Martínez en batería y flauta traversa («Agarrate Pedro Aznar», lo cargan, porque además toca muchos otros instrumentos); Tomás Baillie en percusión y Pablo Vidal en saxo.

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«Niceto es el punto de partida», confiesa Ignacio: «Ahora vamos a finalizar el disco». Es que el único registro de su música es un DVD en vivo grabado en El Condado. Admiten que es difícil captar la esencia de la banda solo con sonido, pero parece que lo están por lograr: «Ahora nos vamos a meter en estudio a hacer un disco increíble», pronostica Juan Martín.

Los músicos se ríen de ellos y de todo. Por ejemplo, en el tema El mangazo imitan a un tanguero y exageran el sentimiento sufrido del género, con caras tremendas y voces hirientes al extremo. Julián aclara: «Nos reímos del zapping. Tenemos un hip hop en el que nos acompaña Nazareno Casero y un tango en el que explotamos clichés. También hacemos un personaje típico porteño que piensa que todos le quieren arruinar la vida, que podría ser un taxista… Cada uno lo ubica donde quiere». Julián, que es actor, interpreta a estos personajes. Criado entre bambalinas, trabaja en A Casaerian extravaganza junto a su ídolo Alfredo Casero. Otro actor de la banda El kuelgue es Tomás, que trabaja en Antígona hot, en la EMAD.

Todo se dio de a poco. «Ahora el plan es conquistar el mundo», bromean. Y con respecto al futuro, siguen: «Ojalá que estemos disueltos», «Me veo con un proyecto solista», «Espero que alguno muera y se haga leyenda», son las respuestas. Después aclaran que quieren tener discos y difusión, insertarse en la industria. Apelan a la benevolencia de un productor que los escuche y por lo bajo deslizan nombres soñados: Santaolalla, Grinbank…

Letras como la de un pendenciero que «busca pelea», en la que se desliza un «buscando a Nemo» salido de la nada. Monólogos incrustados en canciones: «Mi hijo decía que quería ser artista. Ma’ qué artista, le dije». Una canción que empieza como un ritual de iglesia: «tienes que rezar y sufrir por Dios» y que desemboca en un descontracturado «¿hablan de Jesús? Ah, ¡Marcos di Palma!», para después continuar con el estribillo pegadizo de las Spice Girls: «Tell me What You Want What You Really Really Want!», y terminar en un «hay que reescribir la Biblia porque Cristo flasheó y se metió en el cuerpo de otro. Cristo es Marquitos di Palma…»

La banda es un espacio de libertad para estos músicos de entre 25 y 30 años que se conocieron en la época de estudiantes. En colegios diferentes, porque a tres los echaron y se encontraron con el resto por tramos. «A mí la escuela me hizo muy mal», confiesa Julián, «rendía las materias, pero ir todos los días para mí estaba mal. Nos servía estar con gente parecida». Y Santiago recuerda que hace poco añoraban el tiempo para crear, que ahora los ensayos les consumen: «Venimos cumpliendo la tarea y empezamos a saturarnos. Después de Niceto decidimos volver al recreo, sacar la guitarra y crear. Paremos un poco con el colegio». Y Juan Martín reafirma: «rendimos Niceto y vamos al recreo. Espero que nadie se lleve ninguna materia. Estudien chicos»

 

 

Fuente: El kuelgue

 

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